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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Miércoles, 15 de marzo

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Foto: Robin Williams en Patch Adams/Patch Adams

-Quinta sesión ya de MediCine ¡Quién lo diría, parece que fue ayer cuando dábamos inicio a esta tan gratificante actividad en el Hospital General Universitario de Ciudad Real! Esta vez es el turno en cuanto a tema de la risoterapia. La película seleccionada para diseccionar  PATCH ADAMS (PATCH ADAMS):

Ya anticipo que me gusta mucho.

El de PATCH ADAMS representa un cine “buenista”, idealista, utópico, de inmejorables sentimientos que creo irrita, parece incluso ofender a buena parte de mi gremio. De hecho, constituye éste uno de los ejemplos más representativos de ese divorcio muchas veces surgido entre crítica y público.

Número uno en el box office USA en su momento, un taquillazo en toda regla, tuvo en cambio pésimas reseñas, incluso crueles, en el momento de su estreno, hace ya casi veinte años, en 1998. A propósito de esta reflexión primera, permítame que rescate unas líneas de una de las pocas opiniones laudatorias que me parecen de lo más certeras: “Una comedia dramática agresivamente reconfortante que será achicharrada por la crítica, pero bien recibida por el público de a pie”. Pues eso.

¿Y por quién me decanto esta vez? Sin dudarlo, por esos espectadores que acudieron esperanzados a recibir unas buenas porciones de melaza y no se sintieron defraudados. Porque no siempre se tiene que ser sutil siéndolo curiosamente a la vez y evitar las emociones a flor de piel. Eso es justamente esta aleccionadora y preciosa propuesta, que siempre me deja una sonrisa de oreja a oreja finalizada su proyección y pese a que lo que cuenta de fondo es ciertamente dramático, trágico.

Basada en un personaje real, el revolucionario Doctor Hunter “Patch” (Parche) Adams, parece ser que no le hizo mucha gracia al original el retrato que del mismo hizo un arrebatador Robin Williams. Y de acuerdo, seguramente ya no solo traiciona su físico sino que puede que también una buena parte de su espíritu, pero creo que ello va en favor de un desarrollo más dinámico, legítimamente sentimentalón y solvente, más peliculero vamos, a la hora de mostrar al personaje y su historia.

Estoy refiriéndome a alguien que practicaría una nueva, una muy novedosa forma de ejercer la medicina. Desde el humanismo, desde considerar al paciente precisamente un ser humano y no un número, de otorgar a la risa el poder terapéutico, “sanador” o aliviador que tiene.

No deja de ser la recreación heterodoxa, dentro de un inmaculado y un envoltorio convencional, sobre un personaje igualmente heterodoxo, alguien empeñado en acortar las distancias entre el enfermo y el profesional, en alejarse de inútiles elitismos académicos, en sociabilizar la medicina, en evitar burocracias o en alejarse de formalismos latosos.

A este individuo, como ya he venido a señalar unos párrafos antes, lo encarna de forma vitalista, exultante, payasa, divertida, entusiasta, contagiosa un estupendo, un convenientemente excesivo Robin Williams. Prácticamente casi no había en ese momento quien pudiera igualarle dentro de ese estilo. Le venía como un guante para incorporarlo a su galería distinguida por individuos de este calibre o estilo. El protagonista de EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS, JUMANJI, EL INDOMABLE WILL HUNTING o GOOD MORNING VIETNAM contagia toda la energía de su inspirador, indistintamente que se aleje o no de su verdadera, su auténtica imagen. Esto, además, lo de no ajustarse al homenajeado suele ser una constante, una letanía mil veces repetida.

En cualquier caso, es un adecuadísimo inductor para mostrar que la risa, lo más contagiosa a ser posible, funciona perfectamente como terapia alternativa… o complementaria. También para demostrar la tremenda fuerza que tienen los sentimientos afectuosos, los afectos sentidos de verdad.

Para ello utiliza algo siempre tan efectivo como un contrapunto, en este caso el personificado en Bob Gunton, el decano de la Universidad de Medicina.

Y claro, para este viaje resultan necesarios momentos bellamente desaforados, fuera de horma, como esa escena de la mariposa o esos versos de un poema de Pablo Neruda. Y, principalmente, las propias reflexiones del biografiado. Y las risas felices y agradecidas de los niños. Y un romance, convenientemente alterado, con una chica encantadora y que presenta ramificaciones dolorosas.

Detrás, un director discreto que aquí logró su mejor trabajo, Tom Shadyac (7 largometrajes, su actor fetiche el cargante Jim Carrey), que se dedica a ponerse humildemente al servicio de la historia, sin pretender ir de divo, mostrándose en todo momento eficaz, profesional, al servicio de su impagable héroe.

También podrán disfrutar con la breve interpretación del malogrado y camaleónico Philip Seymour Hoffman, espléndido como un antiguo compañero del protagonista.

Fueron muchos los que la tildaron de azucarada, sentimental… Es posible ¿y qué? También es tierna, amable, comprensiva, empática, festiva, luminosa. Y habla con lenguaje prístino, entendible, asequible de amor, comprensión, amistad, imaginación, creatividad, solidaridad, ilusión, honestidad, amor.

Relucientemente bonita.

Nota: Reflexiones del auténtico Patch Adams:

“Soy el loco que cree que la risa lo cura todo”

“No te empeñes en ser conocido, sino en alguien que valga la pena conocer”

“No conozco una sola enfermedad que se cure con la seriedad, con la ira o con la apatía. Lo más curativo es el amor, el humor y la creatividad”

“¿Qué hay de malo en la muerte señor? A qué le tenemos tanto miedo, por qué no tratar la muerte con cierta humanidad, dignidad y decencia y, Dios perdone, hasta con humor”

“Tú eres el autor de tu propia felicidad y te corresponde a ti decidir cada mañana temprano tener un día feliz”

“Si tratan una enfermedad, ganan o pierden; si tratan a una persona, les garantizo que siempre ganarán sin importar las consecuencias”.

Apostilla:

Rectifico. La había calificado en su momento con un 4 (ya saben, dentro del arco que va del 1 al 5), pero tras este un tanto tardío y segundo visionado gracias a la estupenda y gratificante actividad de MediCine la elevo al máximo, a 5. Es una delicia y me cautiva de principio a fin, como casi no lo había hecho la primera vez y eso que ya entonces me gustó un montón. Y se pongan como se pongan mis colegas, pues este es uno de esos habituales casos de divorcio total entre público y crítica, es todo un referente de finales del pasado milenio aunque prácticamente ninguno de ellos así lo considere. Está en el alma de tantos espectadores de a pie, eso cuenta igualmente.

Si a eso añaden, o anteponen, que la charla que tiene lugar tras la proyección resulta de lo más enriquecedora y gratificante, pues tienen la sesión redonda, perfecta. Este aspecto es achacable a la arrolladora simpatía, la vitalidad y el desparpajo que muestra el bendito payaso alegra vidas José Antonio Ruiz, el especialista invitado en esta ocasión con motivo del asunto de la risoterapia (le acompaña Mariví que es toda una inductora de alegrar la vida a los pacientes). Bendita profesión, vocación, afición, pasión o como quieran denominar a quienes ejercen como tales, de manera completamente desprendida en este como en tantos otros casos, y empeñados en hacernos más feliz la existencia.

José Antonio insiste mucho  a lo largo de su amenísima y divertida alocución en la actitud como motor fundamental para encarar cualquier problema que nos pueda surgir y como manifestación para hacérselo más fácil al prójimo y a nosotros mismos. Suscribo al cien por cien su filosofía. Apenas asisten 30 personas que creo que pasan un rato de lo más grato y reparador. Por lo menos así lo muestran por su mezcla de risotadas y también lágrimas liberadoras.

Aprovecho para volver a ensalzar la figura del genial Robin Williams, mimo, gesticulador, actor verdaderamente inolvidable. Durante esta nueva contemplación de PATCH (PARCHE) ADAMS me invade en algún momento des tristeza cada vez que le veo en plano con otro genio de la interpretación, el camaleónico Philip Seymour Hoffman. Pensar que los dos encarnan a dos sujetos que se aferran a la vida y que ambos decidieron hace un par de años retirarse voluntariamente de ella, me hace inevitablemente cavilar sobre algo ya reflexionado a lo largo de los siglos, sobre lo fútil de nuestra existencia. Por tanto, Oh capitán, mi capitán… Carpe diem! Oled las rosas mientras podáis porque seremos pasto de los gusanos.

Unas frases hacia el final por él exclamadas, acaban cobrando una dimensión especial o relevancia. Un tanto abreviadas dicen más o menos así: “La muerte no es el enemigo. Si vamos a luchar contra la enfermedad hagámoslo contra una de las peores que existen: la indiferencia”.

Tras la proyección de este mismo lunes de otro clásico reciente y de alguna que otra parecida característica, MEJOR IMPOSIBLE, vuelvo a admirar esa capacidad tonal de la gran comedia norteamericana para pasar del drama al humor en una misma escena o transición. Admirable, no puedo decir otra cosa. Acompañado ello en este caso de una emotiva banda sonora de Marc Shaiman, justamente nominada al Oscar.

En fin, dejo constancia que de nuevo consigue arrebatarme, provocarme felicidad y que varias de sus escenas me acaban provocando el nudo en la garganta (por no insistir en que los lagrimones brotan fáciles). Me encanta el momento de ese multimillonario ingresado psiquiátricamente que muestra cuatro dedos y pregunta a quien se cruza en su camino que cuántos ve. Resulta ilustrativo de algo fundamental, el mirar más allá de lo establecido, de lo obvio,  ir también al interior de los demás.

No quisiera acabar esta reseña sin destacar el aleccionador discurso final de Williams ante el sanedrín de médicos, en el que viene a dejar perfectamente claro –lo había hecho previamente a través de obra y convicción- que los pacientes no son números sino nombres, apellidos, corazón, personas. Fue siempre otra de las especialidades de este inmenso y entregado profesional, la de unos parlamentos que encogían el corazón al más pintado (recuérdese el monólogo del banco espetado a Matt Damon de otra gran producción de la misma época por él protagonizada, EL INDOMABLE WILL HUNTING).

Es verdaderamente preciosa… digan lo que digan que exclamaría otro genio, éste de la música, Raphael. Tom Shadyac, le imprimió el ritmo perfecto, de lo más dinámico, profundamente ligero, con pausa pero sin dar tregua. El director bandera de Jim Carrey (ACE VENTURA, COMO DIOS, MENTIROSO COMPULSIVO), conseguiría aquí su obra más redonda junto a DRAGONFLY.

PD: Es posible que falsee un tanto la historia del personaje real (los hechos narrados no transcurrieron en siete años sino en quince, la novia no era exactamente así sino que constituye un refrito de varios amigos…) pero queda su espíritu… que eso al fin y al cabo es lo que cuenta. Lo demás son licencias, tantas veces necesarias para empastelar o conferir más resuello a lo contado. 

-Tenía pendiente desde hace dos fines de semana, el visionado de LOGAN (LOGAN):

Miren por donde, tras mi sesión mensual de MediCine y puesto que hoy no tengo partido del Madrid de mis amores, este acaba siendo el día perfecto para proceder a ello.

Epílogo, réquiem, ¿capítulo final… seguro? de una franquicia resultona, entretenida, capaz, vistosa y compacta… la del tal LOGAN del enunciado, el más carismático de los mutantes que dieran el salto del cómic a la gran pantalla justo en el 2000, como si el milenio les estuviera esperando para poder presidirlo. Al fin y al cabo, en diversos ámbitos nos encontramos en la época del ensalzamiento de los diferentes, justo lo que son todas esas criaturas con poderes de todo tipo tuteladas por el profesor Charlie Xavier, aquí mostrado en franco y triste deterioro, a la par con el tono crepuscular pasaportado.

Una de las bazas principales de la serie a lo largo de estos tres quinquenios y de este concreto personaje ha sido la encarnadura, el inmediato proceso de absorción/inmersión/identificación que un Hugh Jackman de pronunciadas patillas ha llevado a cabo con el mismo. Por cierto, sobre todo en sus inicios, de un pasmoso parecido físico al Clint Eastwood de su etapa del poncho en Almería prolongada en la serie Harry Callahan.

El actor australiano afincado hace tiempo en Hollywood ha dotado de fuerza, energía, magnetismo, presencia y contundencia al (súper) héroe de las cuchillas, de las garras afiladas. Bueno, él y una serie de competentes profesionales tan habituales en la industria más poderosa del mundo, los cuales han ido poniendo a su servicio una serie de vehículos que han hecho despliegue de pericia técnica y de cierto vigor narrativo, algo esto último que resulta más meritorio si tenemos en cuenta un subgénero como éste que tantas veces se suele dejar engullir  por ingentes cataratas de aturdidores efectos digitales.

Quien más se ha reiterado en dirigir sus andanzas detrás de las cámaras ha sido el mismo responsable de ésta postrer entrega, el más que solvente James Mangold. El también firmante de la sólida biografía de Johnny Cash EN LA CUERDA FLOJA, el atinado y brillante “remake” del clásico EL TREN DE LAS 3:10, el sorpresivo suspense esquizofrénico IDENTIDAD, la bonita KATE & LEOPOLD o la antecesora de ésta LOBEZNO INMORTAL. Y aunque también él acuse, se contagie de parte del cansancio que invade al deteriorado protagonista, casi tan en declive como el que fuera su omnipotente jefe, todavía es capaz de mantener el tipo a la hora de contar lo que se trae entre manos.

En esta ocasión Mangold opta por un ritmo más pausado de lo que suelen demandar los fans de estas historias. No me parece ello una mala elección, el problema es que en varios tramos se ensimisma en exceso y eso no acaba de beneficiar del todo al conjunto. No pedía más acelere pero sí más fuelle.

Tanto su guión sobre una propia historia con la ayuda de Scott Frank y Michael Green, como su propia dirección, están bañados por una cubierta de declive, de despedida, de fin de un tiempo, y de un formato más propio del western que de la ciencia-ficción heroica, algo todo ello que no le sienta nada mal aunque a veces se contagie de su atmósfera apagada.

Menos mal que la cría que coge el relevo en la misma especialidad que a este cascado luchador, imprimiéndole un brío muy de agradecer, especialmente cuando tiene que desplegar idénticos poderes del que ha sido su antecesor.

Y colorín colorado… ya veremos si este aguerrido cuento se ha acabado. Al menos no me defrauda, no es poco, claro que tampoco me inflama.

Frase:

“El mundo ya no es lo que era, los mutantes han desaparecido” (Hugh Jackman)