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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Jueves, 23 de febrero

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Foto: Felicity Jones y Eddie Redmayne en La teoría del todo/The theory of everything

-Hace un par de años, por estas mismas fechas, era una de las películas más destacadas para aspirar a unas cuantas estatuillas doradas, a para ser exacto. Gustó bastante aunque no supusiera ningún arrase comercial. Me refiero a la gran y preciosa LA TEORÍA DEL TODO (THE THEORY OF EVERYTHING):

Me reafirmo en lo escrito en su momento.

“No deberían existir fronteras para el ser humano. Por muy dura que nos parezca la vida, mientras hay vida hay esperanza” (Stephen Hawking)

Bien podría resumir esta frase, pronunciada durante una de sus más destacadas conferencias por el propio homenajeado, el célebre astrofísico Stephen Hawking, el espíritu de esta exquisita producción. A la que habría que añadir otra pronunciada por Anne Hathaway en la magnífica y reciente INTERSTELLAR y que, oportunamente, ha recogido mi colega de Cinemanía Irene Crespo: “El amor es la única fuerza que trasciende el tiempo y el espacio”.

Y es que precisamente a la hora de abordar esta espléndida “biopic”, sus creadores han relegado el impresionante curriculum profesional del protagonista en aras a su faceta más personal, amorosa, íntima, sentimental. Algo que me parece alabable y de lo más legítimo. Quienes deseen acercarse más a la primera ahí tienen su obra, su imprescindible BREVE HISTORIA DEL TIEMPO o multitud de información escrita en torno al mismo ¿Por qué el cine o cualquier otra manifestación artística tiene que ceñirse al aspecto más definidor del personaje en cuestión? Pero es que además no sería incompatible con abordar lo aquí tratado.

Creo que el director James Marsh, el guionista Anthony McCarten basándose en el libro escrito por la primera mujer del científico (Jane), los formidables intérpretes y todo el equipo de esta empresa han conseguido una hermosa película sobre el amor, la generosidad, el sacrificio, la renuncia y las ganas de vivir. Y también sobre algo que da sentido a tantos congéneres, como la paternidad.

Marsh cuenta esto de manera contenida, sin excesos más que los debidos a los emanados de la propia realidad de la enfermedad y de las peripecias narradas, sin alharacas de más. Lo que no se le podía pedir es que usurpara a este sutil y aleccionador tributo de su tremenda fuerza emotiva. Encima, está hecho a base de mucha elegancia en la puesta en escena, sutileza, enorme delicadeza. Son los epítetos que también mejor le pueden cuadrar a esa mujer entregada a su gran amor durante veinte años de su existencia, o a la comprensión por parte de él del desgaste físico y emocional que le supuso a ella. No sé si la realidad fue más cruda o no, o más desagradable, pero lo finalmente expuesto me conmueve y me genera una infinita comprensión y admiración. Hacia ambos, claro.

Asistir al diagnóstico del padecimiento de Stephen Hawking, al ELA (Esclerósis Lateral Amiotrófica), esa terrible enfermedad que va mermando de manera devastadora, ese primer comunicado de un doctor cercano y clarificador, a sus primeros y atroces síntomas, a la casi parálisis definitiva de los músculos que no del cerebro para su fortuna – dentro del escalofrío que supone su estado- y para la de la humanidad, es un apasionante ejercicio del que no están exentos la dureza, el patetismo, el horror más humano. Pero si Hawking  nunca se ha rendido, no seré yo el que lo haga. Le diagnosticaron dos años de vida en 1963, este 2017 cumplirá 75.

En este retrato familiar un aspecto resulta fundamental para su impecable acabado. Todo el reparto actoral, pero en especial dos. Eddie Redmayne, candidato muy serio al Oscar(que acabaría obteniendo) y una impresionante Felicity Jones, bella actriz que ya nos dejara deslumbrados a alguno como la amante de Charles Dickens, la misma que otorga título a THE INVISIBLE WOMAN (LA MUJER INVISIBLE). El primero no se pasa ni un pelo, está clavado, tanto en gestualidad como torsiones o contorsiones. Transmite perfectamente la lucha titánica entablada contra la vida desde su inmovilizadora silla de ruedas. La segunda, sencillamente, está inmensa, tanto mirando de soslayo a una nueva posibilidad de rebrote amoroso como sosteniendo a su pareja, o en su progresivo y entendible agotamiento.

Es curioso, suelen tener mala prensa las biopic, pero a mí me suelen gustar mucho, las estadounidenses sobre todo claro, tanto sean hagiográficas o no, o vayan a los aspectos más sentimentales del asunto, como en este caso.

Y de acuerdo que para elaborar esta historia se ha tenido en cuenta preferentemente el punto de vista de ella, pero el propio Hawking ha dado su aprobación a lo contado, así que sería ridículo que nadie viniéramos a enmendar plana alguna. Y aunque así no hubiera sido, si ellos lo han decidido o, lo más importante, si el arte es tan de primera línea, lo demás sobra, es secundario.

Excelente me resulta su emotivo final. Y atención a una adecuada y sugerente banda sonora que, a ratos, parece evocar ecos y acordes propios de Michael Nyman (EL PIANO). Igualmente me gusta su fotografía, en la que algunos recuerdos familiares están recogidos como si fueran un noticiario, a base de mucho grano.

Qué le vamos a hacer, así de facilón soy yo con estos asuntos. Y que me dure ello por muchos años. Pero no duden que me encanta esta película, a idéntico nivel que las igualmente formidables UNA MENTE MARAVILLOSA o THE IMITATION GAME (DESCIFRANDO ENIGMA), por hablar de otros dos impagables ejemplos de este género.

-Ante tanto drama visto últimamente –LION, MANCHESTER FRENTE AL MAR- había que desengrasar un poco en Los Jueves Cine. No crean que es fácil encontrar demasiadas cosas decentes en los últimos tiempos. MANUAL DE UN TACAÑO (RADIN!) no es que sea ningún descubrimiento, pero proporciona al menos poco más de hora y media amable, simpática… y sentimental:

Hasta con películas de no demasiada envergadura los aficionados ciudadrealeños vuelven a responder de manera muy generosa.

Apostilla:

Lo dicho en su momento al respecto de esta comedia inofensiva, amable, simpática, me vuelve a servir en su segundo visionado. Me parece un aceptable ejemplo, aprobado sin más, de comedia canapé, es decir, ligerita y de fácil digestión.

Sí conviene que me detenga en su protagonista, el eficacísimo Danny Boon (50 años a fecha de 23 de febrero de 2017), el actor más cotizado del cine europeo, el intérprete del exitazo BIENVENIDOS AL NORTE, a la que OCHO APELLIDOS VASCOS le debe buena parte de su éxito, o de aquélla magnífica comedia dramática, antibelicista, titulada FELIZ NAVIDAD.

Aquí vuelve a conseguir una composición recordable, atemporal. Sus orígenes como monologuista y, sobre todo, como mimo, le aportan numerosos recursos a los ya de por sí más que notables. Les  recuerdo que tiene actualmente 50 años y que su padre, de origen argelino (madre francesa), fue boxeador. Pero él afortunadamente se decantaría por hacer reír a los demás en vez de por los guantes de sacudir… aunque sea legalmente. Es de los pocos que se puede decir que es un comediante nato.

De nuevo los franceses vuelven a demostrar que con una premisa casi única, una plausible sencillez narrativa y desenvoltura actoral, más una dirección funcional, en este caso del especialista en polares Fred Cavayé, se puede llegar a amplias capas de espectadores sin por ello resultar memorable. Por otra parte, el sentimentalismo del que tira en la última media hora no empacha demasiado y hasta me parece entendible; desde luego, no me irrita.

La abarrotada sala 12 de Las Vías, con aforo para casi 300 espectadores y en la que no cabe un alfiler, recoge durante la proyección unas cuantas risillas y sonrisas en un nutrido número de los mismos. Al fin y al cabo la primera máxima del Séptimo Arte es la de entretener.

No será de las que recuerden al cabo del tiempo, pero puede que esbocen un pequeño rictus de satisfacción cuando la evoquen. Un par de gags sí resultan fácilmente perdurables, el del restaurante y el mejor de todos, esa ultrarrápida versión de LAS CUATRO ESTACIONES vivaldianas.