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Barricada Cultural

 

La truculenta historia del pastelero de Madrigal, Fray Miguel y la prima del rey

por Eva Martínez Cabañas

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Dijo Federico II el Grande, rey de Prusia: “Todo el que aspira a avasallar a sus semejantes, se ve obligado a ser impostor y sanguinario”. Esta es la insólita historia de un par de falsarios que fueron ejecutados por suplantar la personalidad del rey. Síganme los curiosos en esta desconcertante crónica.

Empezaré por el principio… solo con el objeto de dar facilidades.

El rey Sebastián I de Portugal sucedió a su abuelo Juan III con tan solo tres años de edad. Fue educado por los jesuitas de la época, quienes le inculcaron el espíritu de la cruzada, el afán de conquista y la intolerancia por la religión del prójimo (judíos, templarios, musulmanes o turcos hacían lo propio por ser costumbre de la época).

Corría el año 1578 cuando en tierras marroquíes se libró la batalla de Alcazarquivir, también llamada batalla de los Tres Reyes. Las tropas del joven Sebastián (cuyo objetivo era conquistar el norte de África) se enfrentaron a las hordas saadís (cuyo pretendiente al trono, Abd el-Malik, pretendía suceder al depuesto sultán marroquí). El exsultán (de nombre Muley al-Mutawakil) había pedido ayuda al rey cristiano para recuperar su trono, y pese a todos los consejeros contrarios a la empresa, Sebastián I acabó pidiendo ayuda económica a su tío Felipe II, dilapidó el tesoro portugués, convocó a sus nobles y familiares, emplazó a los aliados europeos y moros, y con todos ellos se marchó a la guerra.

Sin contar prisioneros, en la contienda fallecieron unos 9.000 guerreros del bando portugués (incluido el poeta Francisco de Aldana), unos 1.500 hombres en las tropas contrarias, así como sus máximos representantes. La muerte de los tres reyes en un mismo campo de batalla causó gran asombro en la época, y el pueblo portugués se vistió de luto, pues no había familia que no hubiese perdido a un miembro o más en la masacre.

Tras la batalla surgió una leyenda que afirmaba que el rey Sebastián había dicho a sus tropas que “ellos no serían quienes tendrían que luchar, sino que se encargaría la misma cruz contra le media luna”, así que los soldados se habían marcharon del campo de batalla. Al regresar habían encontrado que la batalla había terminado a favor de los adversarios, y que el rey Sebastián había desaparecido. La fábula se basaba en las profecías de Bandarra, un zapatero de la época al que le encantaban la literatura y las profecías sobre la vuelta del Mesías. Hoy en día esta historia no se la hubiera tragado nadie…

La leyenda profética hizo surgir a su vez un movimiento político-secular denominado Sebastianismo, que aseguraba que el rey no estaba muerto y que regresaría algún día para ocupar su trono. Así pues el enredo propició que se dieran algunos episodios de suplantación de personalidad, pues el joven rey no había dejado descendencia.

Uno de estos episodios lo protagonizó Gabriel Espinosa, y fue tan sonado que derivó en el célebre poema dramático “Traidor, confeso y mártir” de José Zorrilla; y en una novela histórica escrita por Manuel Fernández y González, titulada “El pastelero de Madrigal”, que a finales del siglo XIX vendió más de doscientos mil ejemplares.

Espinosa probablemente nació en Toledo. El documento más antiguo que se conserva de él es un título de pastelero expedido en esa ciudad. Según datos contrastados llegó a Madrigal en 1594 ejerciendo el oficio de pastelero (elaboraba empanadas y pasteles de carne). Hablaba francés y alemán, y era diestro a caballo. Iba acompañado por su hija Clara Eugenia, de dos años, y una mujer gallega de nombre Inés Cid, de unos veintitantos años y que ama de la niña. Espinosa vivía desde con ella desde 1591, y la había conocido en Allariz (Orense). Su hija nació en Oporto, ya que el pastelero servía en la compañía del capitán Pedro Bermúdez ejerciendo su oficio. Las escalas que habían realizado eran Salvatierra, Zamora, Toro, La Nava del Rey y finalmente Madrigal. El 15 de abril de 1595 fue bautizado en esta última localidad su segundo hijo “hijo de Inés, pastelera, y de su amo, que dijo ser suyo”, según un apunte en el libro de bautismos de Santa María del Castillo de Madrigal.

Pues bien, la historia se pone interesante. Les presento a otros dos personajes en esta trama que semeja obra de teatro.

Vivía en Madrigal un agustino portugués, vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal y conocido como Fray Miguel de los Santos. Había sido confesor en la corte de Sebastián, pero fue desterrado a Castilla por Felipe II. Su delito fue apoyar al prior de Crato en sus intenciones de suceder al rey desaparecido.

También fue relevante en el suceso María Ana de Austria, hija natural de Juan de Austria (quien a su vez fue hijo natural de Carlos I, capitán de los ejércitos españoles y además héroe de Lepanto). Su madre, María de Mendoza, se la entregó a Magdalena de Ulloa para ser educada, y esta a su vez la ingresó en el convento de Agustinas de Madrigal cuando la niña tenía seis años de edad.

Por supuesto en el convento estaba fray Miguel, quien no dudó en llenar la cabeza de la muchacha de aventuras sobre su padre y su primo Sebastián (a quien como muchos creía vivo, pues solo tenía diez años cuando el rey murió). En los interrogatorios del proceso se cuenta cómo le decía a la niña que tenía visiones en las que aparecían ella y su primo uniendo sus vidas para llevar a cabo grandes empresas (No debía rezar mucho fray Miguel).

Al llegar el pastelero a Madrigal, el fraile creyó reconocer a su rey, y al preguntarle si lo era, solo consiguió de él respuestas ambiguas. Lo puso en contacto con su prima María Ana de Austria, de veintisiete años de edad y monja sin vocación. Pastelero y monja se prometieron en matrimonio, condicionados por la circunstancia de que la joven debía conseguir la dispensa papal de su voto.

Cuando comenzaron los rumores sobre la relación del pastelero y la sobrina del rey, Espinosa viajó a Valladolid con las joyas y dineros de su prometida, y haciéndole creer que iba en busca de un hermano que la monja creía tener y regresar con él a Madrigal. Pero fue mostrando las alhajas y faltando el respeto al rey, así que le denunciaron y fue apresado por Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería (nombre antiguo del tribunal superior de justicia español). Al registrar sus pertenencias encontraron dos cartas de nuestro amigo el fraile dándole el trato de majestad, y otras dos de María Ana de Austria, en la que le trataba como prometido, e incluso llamaba hija a la niña del detenido. El asunto se consideró de gravedad y se derivó directamente a la corte de Felipe II. Solo habían pasado tres meses desde la llegada del pastelero a Madrigal…

El propio Rodrigo de Santillán viajó con sus alguaciles a Madrigal, y allí hizo encerrar a María Ana de Austria en sus aposentos, requisó las cartas de la joven y prendió a fray Miguel, quien no dudó en sostener firmemente que el detenido era el reaparecido rey portugués. Así que se abrió directamente un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey. Ambos fueron torturados e interrogados, y el proceso fue tutelado personalmente por Felipe II desde la Corte, pues se jugaba el título de rey.

Lo cierto es que aquella no era la primera reaparición del real desaparecido, y dos casos de aspirantes al trono habían surgido diez años antes acabando en prisión y muerte (por este orden).

Durante el juicio nada declaró Gabriel Espinosa sobre sus padres u origen. De su nombre dijo no ser el suyo, sino que lo usaba por figurar en el permiso para ejercer de pastelero. Durante su estancia en la cárcel, Simón Ruiz, que era el comerciante más influyente de la villa le hacía llegar comida en vajilla de plata. Fue condenado a morir en la horca, y la sentencia se cumplió el 1 de agosto de 1595 en la plaza de Madrigal. El pueblo quedó sorprendido de su orgullosa mirada, de la cólera con que citó a don Rodrigo ante el Tribunal de Dios, y la tranquilidad que tuvo al ajustarse la soga al cuello. Tras el ahorcamiento fue decapitado y descuartizado, se exhibieron sus despojos en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y su cabeza se expuso en la fachada del Ayuntamiento.

El hermano agustino también fue ahorcado, en la Plaza Mayor de Madrid el 19 de octubre, tras reducirse su condición a laico (que ajusticiar a un simple civil debía ser mucho más cómodo que a un bellaco religioso). A pie de horca el exfraile insistió en su inocencia y en la identidad real, ya que había conocido a Sebastián I personalmente, en su época de confesor de la corte (aunque del destierro por apoyar al prior de Crato en sus intenciones de suceder al rey seguro que no dijo nada). Tras su ahorcamiento fue decapitado y su cabeza se envió a Madrigal para acompañar por unas horas a la del pastelero (a quien habían decapitado dos meses y dieciocho días antes).

Felipe II tampoco se apiadó de su sobrina, y la encerró en estricta clausura en el convento agustino de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila. Allí pasó algo más de tres años, pero su suerte cambió al morir el rey, ya que su primo Felipe III la retornó al convento de Madrigal, del que acabó siendo priora hasta 1611, que dejó la orden de San Agustín. Llegó a ser abadesa del cisterciense monasterio de Huelgas de Burgos, que era la mayor dignidad eclesiástica a la que una mujer podía aspirar. Curiosamente ejerció como una magnífica prelada.

También se apresó a Inés Cid, quien azotada y desterrada de Madrigal, partió con sus dos hijos hacia un destino del que no nos ha quedado constancia.

Aquí acaba la historia…

Pero ¿y si imaginamos por un momento que el pastelero y el rey Sebastián hubiesen sido la misma persona? Eso explicaría la actitud de ambos protagonistas en su ejecución, y le daría un giro de 90º a la historia. Las leyendas siembre encierran alguna verdad, y bien pudiera ser que la desaparición del joven rey podría haber sido un ardid de sus enemigos para arrebatarle el trono. ¿Por qué se implicó tanto Felipe II en el proceso? ¿Acaso no conocían María Ana de Austria y el confesor suficientemente al rey para intentar colar en la corte a un impostor? ¿Cómo en solo tres meses el pastelero y fray Miguel se habían jugado el cuello sin conocerse? ¿Y si la correspondencia requisada a Gabriel hubiese sido verdadera? ¿Por qué no sabemos nada del pastelero antes de su llegada a Madrigal? ¿Y si la bravuconería de Espinosa en realidad era la ira de un rey despojado?. Posiblemente yo también me hubiese escondido bajo otra identidad si hubiese sido causante de la masacre de Alcazarquivir. ¿Era la monja a la fuerza realmente tan pava para dejarse engañar a sí? ¿Y si los tres personajes de esta historia hubiesen dicho la verdad? ¿Dónde está Sherlock Holmes cuando se le necesita?

En el poema del romántico José Zorrilla, una vez ahorcado el pastelero encuentran una nota suya donde confiesa ser el verdadero rey Sebastián de Portugal. “Sacrifico mi vida a sostener esta patraña que mi historia desde hoy hará famosa (…) ahogad la duda, morir debo si no por Sebastián, por Espinosa”, dice.

Adeus, senhor confeiteiro.

Por cierto, el cuerpo Sebastián I de Portugal fue recuperado en el campo de batalla y se le dio sepultura en Alcazarquivir. En diciembre de ese mismo año fue entregado a las autoridades portuguesas de Ceuta, y allí permaneció hasta 1580. Finalmente fue trasladado al monasterio de los Jerónimos de Belém, en Lisboa, para su definitivo descanso.

 

Fuentes: Wikipedia y Madrigal-aatt.net, Blog El Asomado.

Foto: biografías siniestras.blogspot.com