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Barricada Cultural

 

Eslabones de una historia (I): EL VIRUS SAPIENS

por Ignacio Gracia

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EL VIRUS SAPIENS ha sido finalista del VI concurso internacional de cuentos Asociación Unión Cultural Zona sur de Valladolid (2014)

 

Los urks eran, por así decirlo, una raza de dioses. A lo largo de sus milenios de evolución habían logrado dominar los secretos de la ciencia y del espacio-tiempo. No sólo podían prolongar la salud de sus cuerpos, sino que eran capaces de transferir las vidas y los recuerdos de su raza para burlar a la muerte. De esta forma se disponían a sobrevivir una vez más a aquello que por definición empieza y acaba con todo: un Big Bang.

Para ello una expedición científica realizó un breve salto a otro universo-tiempo con el fin de inocular a una especie viva el gen urk. Tras el retorno, los viajeros perecerían en el gran estallido junto con el resto de la raza, pero la información transferida al espécimen anfitrión le permitiría adquirir conocimientos para perdurar y, cuando la evolución se completase, acceder a los recuerdos y a la conciencia colectiva en el momento en el que se produjo la inoculación. Una vez más los urks perdurarían.

La especie escogida fue la de unos primates en un recóndito planeta azul, confortable para ser usado en la primera etapa del renacimiento urk. Pese a ser muy débiles y de cortísimo ciclo vital, la especie neandertal poseía una extraordinaria capacidad para los propósitos de la transferencia: debido al gran desarrollo de la zona cerebral donde se almacena memoria primitiva, los primates podían acceder a los recuerdos de los ancestros de la especie contenidos en la información genética. Esta característica, muy útil para saber si unas bayas eran o no comestibles, era primordial para el despertar urk, latente entre los cromosomas adecuados.

Y así sucedió. En breves milenios los primates dominarían su planeta y controlarían los secretos de su sencillo cuerpo modificándolo hasta la perfección. Llegado ese tiempo se despertaría la conciencia inoculada y los urks renacerían. Tras un breve tiempo para asumir la nueva identidad en las pirámides-cuna legadas por los antecesores, volverían a dominar el nuevo universo.

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Hoy ha sucedido una anomalía. Se ha activado una alerta incluida en el código genético inoculado, indicando que ha transcurrido el doble del tiempo previsto para el despertar, pero que éste no se ha producido. Algo ha fallado. Tras 40.000 años el programa de seguridad envía un mensaje a los ancestros, si es que todavía existen, en el espacio-tiempo de partida:

“…El código genético permanece latente y está intacto. El anfitrión, sin embargo, NO es el correcto…”

Esta noticia llega al borde externo de un universo que agoniza. Bajo el exosqueleto biomecánico, un escalofrío recorre el cuerpo de un científico centinela. Es uno de los últimos supervivientes, transferido a una forma biológica simple, similar a un insecto, debido a su resistencia a las terribles ondas magnéticas que han arrasado la mayor parte del cosmos. Pese a las modificaciones dotadas al organismo, el centinela sabe que falta poco para el fin, y una sensación de terror colapsa al guardián.

A lo largo de su proceso de maduración la especie neandertal, la predestinada, evolucionó según lo esperado. Sin embargo, esta raza capaz de sobrevivir tanto a enormes depredadores como a legiones de bacterias, evolucionada increíblemente merced a la inteligencia que comenzaba a despertar, fue aniquilada por un enemigo ínfimo que actuaba como un virus: la raza sapiens. Eran pequeños, débiles, de escasa inteligencia e incapaces de recuperar la información de su historia genética. En su cortísimo ciclo vital, debían transmitir los conocimientos adquiridos de los antecesores en una carrera frenética por aprender, intentando desesperadamente recuperar en una vida la suma de todas las precedentes.

Pero, pese a su insignificancia, o precisamente debido a ella, estos frágiles seres mostraron una capacidad organizativa sin precedentes para lograr un solo fin: sobrevivir. Independientemente de su debilidad, los sapiens se aplicaban a su tarea con el frenesí de un condenado a muerte. Eran maliciosos y despiadados. Jamás se habían conocido seres que gozasen de tal forma con la destrucción y el daño ajenos. Esta raza demoníaca estaba condenada a perecer por sí misma, como cuando prolifera en exceso un parásito y produce la muerte de su huésped, y por ende, la suya propia.

La especie predestinada fue extinguida en poco tiempo por los sapiens, condenando a su vez a los urks a un trágico final. Sin embargo, algo inesperado acontece. Antes de aniquilar completamente a los neandertales, los sapiens sufren una mutación imposible: adquieren el gen urk. Bien sea por canibalismo o debido al mestizaje entre especies, los sapiens incorporan en su información genética la historia infinita y la conciencia del pueblo urk. Esto genera un futuro impredecible para la raza sapiens: será incapaz de recordar el legado de los ancestros. No habrá renacimiento, pero llevará en su interior un potencial ilimitado.

Caprichoso destino para una raza que había burlado tantas veces a la muerte: condenada al olvido, encerrada en una jaula con forma de demonio. En este caso el procedimiento a seguir es claro, se debe activar la autodestrucción de la especie. Se llevará a cabo mediante una proliferación anómala de células que repetirán un error al copiarse.

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“Y sin embargo…”

La especie, espoleada por el gen adquirido, es una bomba de relojería. En pocas generaciones desarrolla un código de comunicación extraordinario que le permite aumentar increíblemente la inteligencia para propagar y almacenar los conocimientos adquiridos. Con esta herencia los sapiens dominan el planeta. Proliferan por doquier, es su destino. Dominan el fuego y el hierro. Continúan devastando el planeta y sofistican despiadadamente sus tecnologías de guerra.

Aumentan su organización, ahora para luchar entre ellos mismos. Dominan ya los secretos de la enorme energía liberada de la materia, construyen armas capaces de aniquilarlos por completo y agotan los recursos que hubieran permitido vivir indefinidamente en armonía a los viajeros. Para ese tiempo las huellas de los ancestros son ya sólo marcas borrosas en las piedras del desierto.

…Y sin embargo, pese a la ferocidad con la que se matan y al gusto por los ritos de sangre, han desarrollado otras aptitudes nada bárbaras. Son capaces de prolongar brevemente sus vidas. Comienzan a entender el caótico cuerpo que poseen y empiezan a modificar sus genes tal y como hicieron los primeros urks al inicio de los tiempos. Algunos de sus elementos manifiestan un comportamiento extraordinario en cuanto a valentía, desinterés o sacrificio. Existen quienes practican las artes, y son capaces de que el tiempo se detenga a escuchar la belleza de una melodía o para admirar la perfección de un trazo sobre el papel.

Son seres realmente extraños. Bien sea movidos por la codicia, el odio o por el amor y la fe en sueños son capaces de transformar el entorno, aunque mueran en el intento, con una saña digna de Dioses. El antecesor sapiens que se irguió para mirar por primera vez a la luna ya sabía que, a pesar de que su cuerpo no esté optimizado para la bipedestación, algún día un descendiente suyo caminaría sobre el satélite y repetiría esa mirada hacia las estrellas.

El centinela se dispone a ejecutar la orden que destruirá la raza humana mediante la proliferación generalizada de distintos tipos de cáncer. En el último momento, dubitativo, se plantea la pregunta:

―¿Qué sois en realidad? ¿Hacia dónde evolucionáis con tamaño legado sobre vuestros hombros? ¿Sois un capricho del destino, un simple error, o quizás algo más a lo que estábamos predestinados los urks?

Contemplado la increíble belleza de los estertores del universo anula la orden y perece, con una sonrisa y este pensamiento:

― “Sois libres. Libres para aniquilaros entre vosotros o para desarrollar un potencial que no soy capaz de imaginar. No sois neandertales, ni tampoco urks. Sois diferentes, únicos. Podéis propagaros como la luz o como el fuego, pero ese viaje sólo os pertenece a vosotros…”

El último Urk muere con un sentimiento nuevo para su especie, algo parecido a una envidia sin pasiones.

―… Sois, quizás, algo más que Dioses.

 

Foto: elperiodico.com