viernes, 19 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Con una versión muda (III)

por Alicia Noci Pérez

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En 1897 el escritor irlandés Bram Stoker publicaría “Drácula”. No es la primera referencia novelada al mito del vampiro, ya vimos que John William Polidori con su obra titulada precisamente así, “El vampiro”, que data de 1819 (hablamos de ello con la película “Remando al viento” en la serie “Con literatura escondida III”) fue realmente quien sentó las bases de la imagen romántica de este personaje.

Sin embargo, será el relato de Stoker el que servirá de inspiración para diversas adaptaciones al cine. Quizás una de las más fieles sea “Drácula, de Bram Stoker”, dirigida en 1992 por Francis Ford Coppola. Sin duda, el título es toda una declaración de intenciones acerca de ajustar el guión a la novela. A pesar de ello, tiene algunas cuestiones que difieren de ella y una especialmente importante, ya que la historia sensual y romántica que se desarrolla entre Gary Oldman y Winona Ryder es un poco distinta a la visión del autor. No quiero contarles más por si no la han leído y les apetece echarle un vistazo, cosa que les recomiendo, es muy entretenida.

Pero estamos hablando de versiones mudas y en este contexto la película que realiza la primera adaptación al cine es “Nosferatu”, una de las grandes manifestaciones del Expresionismo alemán, que dirigiera Murnau en 1922.

El Expresionismo fue una corriente artística que nace en la década de 1910 y que se caracterizó por un reflejo distorsionado de la realidad a fin de expresar las emociones, el mundo interior de cada artista, si bien es un mundo interior bastante tortuoso y con una visión un tanto angustiosa.

Es verdad que toma fuerza tras la Primera Guerra Mundial, de desastroso final para Alemania, sumida en una época muy oscura que la llevó hasta la Segunda (se me ha venido a la mente “Las consecuencias económicas de la paz” de Keynes), así que un punto de vista muy optimista no tenían. Si a eso le añaden las tradiciones míticas y fantásticas entenderán el clima tan propicio que se generó para que esta corriente se desarrollara intensamente en Alemania y países del entorno. En el cine aparecerá en 1920 con “El gabinete del doctor Caligari”.

“Nosferatu” es, como decía antes, uno de los grandes ejemplos de este movimiento porque no se trata, simplemente, de una película de terror, ni de llevar al cine una novela. Va más allá, habla del miedo, del temor a lo que no se puede ver ni detener, en este caso, la enfermedad, concretándolo en una de las peores lacras que han asolado Europa en diversas oleadas a lo largo de su historia, la peste. Si ustedes se fijan, los ataques del conde Orlok se representan a través de sombras, no de acciones reales. Y su imagen habita las pesadillas.

Ahora me puede usted decir: “pero bueno ¿quién es este conde Orlok? ¿No estábamos hablando de Drácula?”. Efectivamente, porque, a pesar de la originalidad del concepto que se pretende transmitir en este film, sí o sí se basó en el relato de Stoker, con cambios bastante importantes, más aún de los que hiciera Coppola, que van desde sustituir los nombres (Drácula es Orlok, Harker es Hutter y Mina es Ellen) a variar el desenlace, pero se basa.

¿Recuerdan ustedes que la semana pasada les comenté que Sidney Olcott había tenido un conflicto de derechos de autor por no haber pagado un dólar a los herederos de Lew Wallace por “Ben Hur”? Pues estamos ante un caso semejante. Las similitudes con la novela son tan claras que la ya entonces viuda de Bram Stoker llevó a los tribunales a la productora de “Nosferatu”, Prana Films (término que hace referencia a la sangre, por cierto) y cuya sentencia fue la obligación de destruir absolutamente todas las copias de la película, cosa que se hizo a conciencia y que supuso la desaparición de estos estudios.

Si podemos disfrutar de esta joya a día de hoy hay que agradecérselo a dos circunstancias: a los particulares que escondieron copias en su momento y a la labor de Luciano Berriatúa, guionista, director de cine y restaurador, que se ha aplicado a la tarea de la investigación del film durante años a partir de varias de esas copias y que ha dado lugar a un excelente trabajo de restauración que vio la luz entre 2005-2006.

Realmente, es una película que pretende transmitir miedo a lo intangible. Quizás a día de hoy, con todo lo que el cine ha producido en este género, pueda parecer que asusta poco, pero ese Nosferatu (que no se lo he dicho, pero podría significar algo así como “el portador de la enfermedad”, de la palabra griega “nosophoros”, si bien no está claro, aunque eso es lo que hace exactamente el conde Orlok) hiératico, con un aspecto elegante, pero, sin ánimo de ofender, muy poco atractivo... ya les digo yo que si se lo encuentran a la vuelta de la esquina se asustan fijo.

Para enfatizar esa sensación de frío, y ya que aparece siempre de noche, sus escenas presentan un tono azulado, mientras que las diurnas se mueven en tonos amarillos. Y esos efectos de cámara lenta que aceleran la imagen, por ejemplo cuando el coche de caballos recoge a Hutter para llevarlo al castillo de Orlok o cuando éste último carga un carromato con ataúdes llenos de tierra. Esa imagen del conde mirando por la ventana fijamente hacia la casa de Ellen; o esa otra en que avanza lento pero implacable a través de la estrecha puerta ojival... Es, cuando menos, inquietante. Otra joya recomendable, en cualquier caso.