viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

La mala de la película

por María Delgado

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Hace poco terminé de leer “Sissi. Emperatriz Accidental”, de Allison Pataki; otra biografía novelada sobre la muy famosa emperatriz de Austria. Fue como reencontrarse con viejos conocidos, tengo leído muchas cosas sobre ese período, que me interesa desde que siendo niña disfruté viendo esas maravillosas películas, tan idealizadas, con la bellísima Romy Schneider en el papel protagonista (seguro que a ti también te encantan, ¿verdad, José Luis Vázquez?).

Desde luego, hace mucho que conozco la verdadera historia de la emperatriz Isabel, y sé que ni su vida fue un cuento de hadas, ni ella fue tan buena, ni tan amada. El mito cayó del pedestal al leer, allá por la década de los noventa, el libro de Ángeles Caso, “Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría”.

Pero no es sobre Sissi sobre quien deseo hablaros hoy (ya se ha escrito mucho sobre ella), sino sobre la mala de la película, el personaje más odiado por los mitómanos de la Sissimanía: su suegra, la archiduquesa Sofía, esa mujer de hierro que le hacía la vida imposible a la pobrecita.

Como yo soy de esas personas a las que suelen caerles bien los que caen mal a los demás, tuve curiosidad por la implacable Sofía, y me puse a investigar. Por supuesto, resultó ser una mujer mucho más interesante de lo esperado.

Al igual que la propia Sissi —de quien era tía—, Sofía también fue una princesa bávara, dotada de una notable belleza, que llegó a la corte de Viena para casarse con un Habsburgo. En su caso, con Francisco Carlos, hermano del emperador Fernando I, un hombre débil y pusilánime —una víctima más de la famosa endogamia de los Habsburgo— en nada compatible con esa joven, de recio carácter, y dotada de una gran ambición. A pesar de tener que casarse obligada, la impetuosa Sofía había asegurado a sus padres que quería ser feliz, y buscaría la manera de serlo.

Cuando la revolución de 1848 destronó a su cuñado, se aseguró que el trono pasase a Francisco José, su primogénito, y no a su padre, renunciando así ella misma a ostentar el título de emperatriz. Sin embargo, se mantuvo cerca del poder, a través de su hijo. En Viena decían de Sofía que era “el único hombre de la Corte”. Deseó casar a su hijo con su sobrina, a quien llamó a Viena; pero ésta vino acompañada de su hermana menor, y sorprendentemente, el ecuánime Francisco José se opuso a los planes de su madre, decidiendo casarse con la bella Sissi, y no con la seria Elena. El resto de esta historia es ya de sobra conocida.

La que no es tan conocida es la trágica historia de amor de Sofía, vivida al cobijo de los palacios imperiales, durante sus primeros años de matrimonio. En aquel entonces, vivía en Viena el desterrado Napoleón II, Duque de Reichstadt, hijo del emperador de los franceses y la archiduquesa austríaca María Luisa, quien tras la primera abdicación de Napoleón huyó con su hijo al abrigo de sus familiares. El joven Napoleón era gentil y atractivo, dotado de una gran inteligencia, además; pero estaba enfermo, débil, y completamente resignado a su destino adverso, lo que acentuaba su timidez. Desprendía un aura romántica que encandiló a Sofía, quien se mantuvo a su lado y le cuidó con total dedicación, sin apartase de su lecho de moribundo, hasta su temprano fallecimiento. Sofía sintió mucho la muerte del joven “Aguilucho”, perdiendo toda su alegría de vivir, lo que no pasó desapercibido en la Corte. Las malas lenguas incluso atribuyeron al joven la paternidad del segundo hijo de Sofía, Maximiliano, futuro emperador de México; pero no hay ninguna prueba real de ello.

Esas mismas malas lenguas decían que Maximiliano era el hijo preferido de Sofía, por ser hijo del amor. Señalaban, entre otras cosas, lo destrozada que quedó la archiduquesa tras el fusilamiento de su hijo por los revolucionarios mexicanos. Y es cierto que este hecho marcó a Sofía, que ya nunca se recuperó del todo de la injusta pérdida, lo que la hizo retirarse de la vida pública en 1867. Decían que fue su ambición la que llevó a su hijo a aceptar el inestable trono mexicano, pero hoy sabemos, por la correspondencia conservada, que Sofía se había opuesto a esos planes por considerarlos inseguros y peligrosos. Fue la ambición de la esposa, Carlota, y no la de la madre, la que llevó a Maximiliano a su trágico destino.

Pero si tenemos que atribuirle a la archiduquesa un favorito, tal vez deberíamos decantarnos por su primogénito. Sofía vivió por y para Francisco José; todo lo que hizo fue para asentar bien segura sobre la testa de su hijo la corona imperial. Sus desavenencias con Sissi se debieron precisamente a la falta de responsabilidad de ésta para con el emperador y sus deberes como emperatriz. Dos mujeres tan distintas, y con intereses tan discordantes, necesariamente tenían que chocar.

En definitiva, una vida tanto o más interesante que la de su famosa nuera, con todos los ingredientes para una buena novela (quizás algún día me anime). Espero que os haya gustado descubrir conmigo un poco más acerca de la vida de tan controvertido personaje.

¡Nos leemos!

 

Foto: Vilma Degischer/Archiduquesa Sofía en las  películas de Sissi.