sábado, 20 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Animadas (III)

por Alicia Noci Pérez

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Si decíamos con “La princesa Mononoke” que era una forma de conocer la mitología japonesa, podemos afirmar lo mismo con la película de hoy, solo que con la irlandesa. Es verdad que nos pilla más cerca, pero no por eso deja de tener secretos para nosotros, herederos de la mitología más clásica, la griega y la romana.

Me estoy refiriendo a “La canción del mar”, dirigida por Tomm Moore en 2014, una preciosa, tierna, poética historia narrada a través de una estética sencilla, pero muy poderosa. Se quedarán con las imágenes como se quedaban de niños con las que ilustraban sus cuentos favoritos (yo aún recuerdo algunos de mis troquelados, concretamente el de un Búfalo Bill en una postura de rodeo, con la mano levantada y de la que se le había perdido algún dedo).

Segunda película nacida de la productora irlandesa Cartoon Saloon, creada por el mismo director y otros tres cofundadores, cuya primera obra fue “El secreto del libro de Kells”, de 2009, y que resultó nominada al Oscar. También lo fue “La canción del mar”, además de recibir otros numerosos premios.

Y es que la animación en el país celta goza de una salud espléndida. Desde que en 1985, Don Bluth, animador norteamericano descontento con Disney, montara junto con Morris Sullivan su propia productora en Dublín (Sullivan Bluth Studios), esta industria ha vivido un desarrollo vertiginoso. Además de su equipo original, captaron a todos los animadores irlandeses dispersos, formaron otros nuevos e importaron a otros europeos. Su asociación con Steven Spilberg fue un poco la guinda del pastel a la que se le dio el título de “En busca del Valle Encantado”.

A este impulso se ha sumado una política de apoyo gubernamental consistente en un alto incentivo fiscal. Compañías como Cartoon Saloon, JAM Media o Giant Animation son algunas de las más visibles.

Pero volvamos a nuestra película protagonista de hoy. Les decía que se apoya en la rica mitología irlandesa (un país cuya imagen más icónica, sobre todo cuando se aproxima el día de san Patricio, es la del leprechaun, esos hombrecitos vestidos de verde, con cara de traviesos, tiene que ser mágico por naturaleza).

La figura principal de este film son los selkies, focas que podían convertirse en seres humanos, al parecer de enorme belleza. Saoirse, la pequeña protagonista cuyo nombre significa libertad, ha heredado esta capacidad de su madre, lo que vendrá muy bien a los deehashee, o sea, las hadas (pero no piensen en Campanilla, que no tienen nada que ver) cuando necesiten ayuda. Y es que en el momento que Macha (leído Maca), la Bruja de los Búhos, tras convertir a su hijo, el gigante Mac Lir (ambos trasuntos respectivamente de la abuela y el padre de los niños, porque hay dos niños, ahora lo verán), les decía que tras convertirlo en piedra para evitarle un terrible sufrimiento, piense que es la solución para dejar el dolor a un lado y decida hacer lo mismo con todas las criaturas mágicas, la selkie será la única que pueda romper el maleficio con su canción.

Sin embargo, ser una criatura mitológica a veces también puede ser un problema. Y es que la pequeña Saoirse necesita zambullirse en el mar y adoptar su forma animal de vez en cuando, pero para eso debe llevar su abrigo especial. Cuando su padre, por razones que no les voy a explicar para no chafarles la película, se deshace de él, la selkie se verá en problemas y entonces la ayudará su hermano mayor, Ben.

La importancia de este personaje, Ben, es enorme, porque esta historia no cuenta una leyenda, sino que habla de dolor, de culpa, de rencor, de soledad y de lo duro que resulta superarlo. Por eso la Bruja de los Búhos quiere acabar con las emociones, que nos complican la vida, pero es que sin ellas no habría vida.

Así que cuando Ben se encuentra con el Gran Seanachai, que podríamos definir como un contador de historias, representado con una larguísima melena y una barba no menos larga, cada uno de cuyos cabellos representa una historia, que guarda para que no se olviden, le muestra lo que ocurrió con su madre cuando su hermana nació, entiende qué le provoca la ira, por qué no se lleva bien con la niña y acepta y supera su dolor. Es a partir de esa experiencia cuando puede ayudarla, a ella y a los demás seres en peligro de convertirse en frías e inanimadas piedras.

También es una película sobre naturaleza, sobre lo importante que debe parecernos la labor de mantenerla porque alberga una enorme cantidad de vida. Los paisajes que dibuja son absolutamente espectaculares.

Y es igualmente una película sobre la importancia de la familia, sobre todo de lo que yo considero una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida, tener hermanos.

Si a esto le añadimos la preciosa banda sonora compuesta por Bruno Coulais, del que ya hablamos en la película “Océanos” (“Cuatro películas... muy naturales IV”) (la constante de la naturaleza), perlada de sonidos típicos del folklore celta (en las notas del grupo Kíla) y con la poética canción, casi en tono de nana, que cantan las selkies en gaélico (“Amhrán Na Farraige”, o “Song of the sea”, con la voz de Lisa Hannigan) como leitmotiv de toda la narración, tenemos un film que no podrá por menos que enamorarle, emocionarle y animarle, porque todo se puede superar. Digamos que nos muestra la pizca de azúcar con la que Mary Poppins nos invitaba a tomar las amargas píldoras de cada día.