viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

A vueltas con Isabel

por María Delgado

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Recientemente hemos visto cómo en un telediario nacional —de una cadena pagada con los impuestos de todos— se ofendía la memoria de la mejor reina que hemos tenido los españoles, Isabel La Católica, prácticamente llamándola genocida, perpetradora de una limpieza étnica. (Esto es, poniéndola a la altura de personajillos tan repelentes como Amin Dada, o Pol Pot, por poner sólo un par de significativos ejemplos).

En este país se demuestra cada día más un increíble desconocimiento, y un gran desprecio por la Historia en general, y por la Historia patria en particular.

Veamos. Para empezar, nunca se pueden juzgar o calificar los hechos del pasado con la mentalidad actual. Para ello, hay que ponerse en el contexto histórico del momento, comprender, y desde ahí, juzgar.

La expulsión de los judíos, a que hace referencia el bonito calificativo endosado a la reina, ocurrió después de haber intentado los reyes por todos los medios integrar a éstos en la vida del país. En ningún momento se ejerció una violencia institucional sobre sus personas; se les dio a elegir entre quedarse, convirtiéndose a la religión oficial del lugar en el que vivían, o bien, se les dio un plazo para vender sus bienes inmuebles, y poder marcharse, con sus bienes muebles y sus capitales intactos, a donde dispusiesen.

Debemos recordar también, que para el Derecho de la época, los judíos no eran considerados nacionales, sino una especie de trabajadores invitados, a los que se les podía denegar el permiso de residencia en cualquier momento, como así sucedió. Pero es que además, no sólo sucedió en los reinos de España, sino que anteriormente, ya había sucedido en otros países, como Francia e Inglaterra, y nadie lo recuerda como algo traumático, ni acusan de limpieza étnica a los reyes que lo decretaron.

A pesar del ultimátum, muchos judíos decidieron quedarse en España, convirtiéndose al cristianismo, y fueron aceptados y tratados como ciudadanos por la Corona. Bastantes de ellos medraron en la Corte, como por ejemplo, Juan Sánchez, que fue abuelo de Santa Teresa de Jesús.

Es cierto que en la España del siglo XV había un gran prejuicio antijudío, pero debemos entender que era debido a la poca disposición de éstos a integrarse en la sociedad en que vivían, y especialmente, a que seguía fresco el recuerdo de cómo los judíos colaboraron —por activa o por pasiva— con la invasión musulmana de la península. La reina Isabel intervino ante una necesidad sentida por sus súbditos, pero personalmente ella nunca demostró un especial antisemitismo, incluso tuvo a numerosos judíos y conversos trabajando junto a ella, a los que llegó a proteger de las iras de los fanáticos.

Y si hablo de Isabel, que es uno de mis personajes históricos más queridos, tengo que aprovechar también para aclarar una gran controversia que siempre sacan a colación los que quieren enfangar su memoria: el tema de su ascenso al trono. Se ha dicho, y escrito, —una y otra vez— que Isabel le robó el trono a Juana la Beltraneja acusándola falsamente de ser hija ilegítima, por haber sido infiel su madre. Independientemente de que esto último sea cierto (y pruebas históricas hay de sobra de las infidelidades de la reina Juana), las alegaciones de Isabel para reclamar el trono, no se refirieron en ningún momento a este tema, ya que incluso entonces era peliagudo, y difícil de demostrar la filiación. La ilegitimidad de la infanta Juana se debía, y así lo alegó Isabel, por el defecto de matrimonio de sus padres, puesto que Enrique IV estaba casado en primeras nupcias con Blanca de Navarra, a la que repudió, y sin esperar el dictamen eclesiástico, que le anulara el matrimonio, contrajo otro con Juana de Portugal, que los juristas que aconsejaban a la futura Isabel I, entendieron que era un matrimonio ilegítimo, nulo de pleno derecho, con lo cual, la hija nacida de dicha unión, era una hija bastarda, y no legítima del rey, lo que por supuesto, no permitía subir a ningún trono en aquella época.

La reina Isabel era una persona sumamente escrupulosa con los temas de justicia, y muy temerosa de Dios; actuaba siempre de acuerdo con su conciencia, tenía un gran sentido del deber, y no pondría en peligro por ambiciones humanas su salvación cristiana.

Este artículo ha sido quizá un pequeño exabrupto. Pero en verdad creo que es imprescindible romper las lanzas que sean necesarias por nuestra Historia. Me enerva ver incluso a personas de formación en Historia, como yo, repitiendo cosas sacadas de la Leyenda Negra, como si fuesen verdades absolutas. Si estas líneas le sirven a alguien para entender hechos que desconocía, o que no le habían explicado bien, me siento muy feliz.

El tema da para mucho, y si gustáis, en otra ocasión podemos seguir hablando de Isabel, y su buen trozo de Leyenda Negra. Podríamos tocar las Leyes de Indias, los matrimonios de sus hijos, el trágico fallecimiento de su hermano, o cualquier otra polémica que hubiese salpicado su interesante biografía.

¡Nos leemos!

 

Foto: actuall.com