sábado, 20 de abril

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Barricada Cultural

 

Te vendo una navaja

por Ignacio Gracia

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Te vendo una navaja, por un euro. Es de un pueblo de artesanos. Necesita dos días de trabajo para hacerse, y no precisamente de jornadas de ocho horas. Si entiendes algo de navajas sabrás que en realidad te la estoy regalando –una navaja nunca se regala, siempre se tiene que recibir algo simbólico a cambio para que no se rompa la amistad-, y que es una navaja especial, de las que cada vez es más difícil encontrar. No es una pieza industrial, de las que se recortan con un troquel hidráulico miles de hojas a la vez de una gran lámina de acero. Esta se hace de una en una. En la fragua. Rebajando el acero, golpeando, doblando, engastando, afilando. No hay dos iguales. Todo hecho a mano por viejos cuyos descendientes no siguen la ruina del negocio por la competencia de las baratas fabricadas en serie, o en China. Ponle precio a mi navaja. ¿Cuál es el precio de dos días de trabajo del último maestro navajero? ¿Cuál es el precio de una navaja con alma?

Imaginen a uno de estos últimos artesanos que se casa mayor y tiene una hija con un síndrome de los jodidos, con parálisis cerebral, cada vez a peor. Sin solución. Y que lo único que hace durante muchos años en silencio al lado de su hija es lo que sabe, navajas. Muchas navajas sólo para él, para su hija, para los dos. La colección resultante es única. Ganó muchos premios en Albacete, nacionales. Navajas como una uña o de dos metros, con las hojas labradas con filigranas. Centros de mesa en los que de cada una de las cinco astas de un ciervo sale una gran hoja y ninguna se cruza con ninguna -mi favorita porque el asta no se puede doblar; él busco repetirla y de entre miles de kilos de asta no volvió a encontrar otra parecida-. Todos los estilos y tamaños, con el equipaje emocional que asocia. Fue elegido para llevar su colección a la Expo de Sevilla pero renunció al honor por razones digamos burocráticas, -no le dieron ni seguro-cómo valoramos lo nuestro. Hace mucho le escribí las siguientes líneas que hoy comparto con ustedes. Cuando vean una navaja cara acuérdense de esta historia. Póngale precio a mi navaja.

 

 

Nació cuando ya eran mayores

para regar con silencio su soledad.

Algún Dios cruel concedió.

Un científico soberbio no supo encontrar la cura.

La raza de políticos no pusieron los medios.

 

Aquí sigue, sentada en su silla,

siempre junto a sus padres;

quién sabe si soñando abrazarlos

con sus brazos hueros.

 

Y su padre, sin saber a quién hablar

sino a su arte,

fabrica navajas para ti

en los infinitos ratos vacíos.

 

Una a una

todas las palabras de amor,

se van tornando filigranas sobre el acero.

Los pasos que nunca diste

guían sus manos al labrar,

beso a beso con la fresa,

lo que el viento borró de tus labios.

 

Así podrás ver, todas las tardes quedas,

la liturgia del artesano de las navajas

que profesa el más bello sentimiento

junto a tu silencio.

Puliendo, bruñendo,

Fresando, afilando;

con la rabia en el alma y amando.